Odio
las fiestas en salón. A decir verdad no sé qué es lo que odio más: si a ver a
tanta multitud hipócrita o el, casi, mismo menú de siempre. Lo que sucede tal
vez es que no me han invitado al correcto.
Casi
siempre asistimos a los mismos tipos de eventos: graduaciones, XV años, bodas,
bautizos y presentaciones, estos últimos tres tienen la gran ventaja de
realizarse como uno quiera, porque lo va a pagar uno y no tiene que lidiar con
tanta opinión y gustos como las graduaciones; o como los XV años que se ven muy
limitados, en cuanto a presupuestos, los padres para organizarle la
presentación ante la sociedad a la mocosa consentida.
Y es
que organizar un banquete no es tarea fácil. Tenemos que ver cosas tan banales
y absurdas como el color de la mantelería, las flores, las sillas, el tema,
etcétera. Todo para quedar bien con un montón de gente gorrona y cachetona. Sin
embargo, asistir a ellos me ha dado la oportunidad de ver cuáles son sus
errores para crear, en mi mente cochambrosa, una idea de banquetera muy
diferente a las comunes que hoy en día conozco. (Aclaro, no tengo el placer de
conocer a las grandes banqueteras, pero creo que como todas siguen un mismo eje
de servicio: satisfacer al cliente)
No
me gusta mentir, pero la verdad es que no recuerdo a que banquete haya asistido
en estos últimos días, y no me gusta tomar fotos (no me gusta sonreír a la de a
fuerzas). Eso sí, he tenido la fortuna de siempre tener un excelente servicio
por parte de los meseros.
En
fin, aún me hace mucha falta aprender de este negocio y creo bien vale la pena
aprenderlo en la práctica, total no existe la perfección y quién crea que sí,
pues para que sigues en este ramo tan imperfecto.
Yair Huerta Juárez
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